Miedo en el cuerpo by AA. VV

Miedo en el cuerpo by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Terror
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T05:00:00+00:00


David H. Keller

(1880-1966)

TIGRESA [*]

El hombre hizo todo lo posible por venderme la villa. Confiaba en que me gustaría y mencionó las vistas en repetidas ocasiones.

Había algo de cierto en lo que dijo acerca del paisaje. La casa, edificada en la cima de la montaña, dominaba el valle, abarrotado de viñas y salpicado de cabañas. Era una cuenca irregular de praderas verdes y casas de piedra encaladas de un blanco brillante casi doloroso a la vista.

El valle se extendía unos cinco kilómetros en la parte más ancha. De pie y delante de la puerta de entrada, un francotirador con mira telescópica habría podido meter una bala en cada una de las blancas casitas, que se resguardaban como pequeñas perlas entre un mar de verdes viñas.

—Un paisaje maravilloso, signor —repitió el vendedor de la inmobiliaria—. Estas vistas, en cualquier época del año, valen el doble de lo que le estoy pidiendo por la casa.

—Pero puedo ver todo esto sin necesidad de comprarla —rebatí.

—No puede, a menos que entre ilegalmente en una propiedad privada.

—Pero todo esto es antiguo. No hay agua corriente.

—¡Se equivoca! —y sonrió abiertamente, mostrando una hilera de dientes de oro—. Escuche.

Nos quedamos en silencio.

Nos llegó entonces un sonido de agua borboteando. Me giré y me dirigí hacia el sonido. Encontré un cupido de mármol del que manaba de una forma bastante peculiar un chorro de agua sobre una pileta adosada a la pared. Sonreí y comenté:

—Hay una igual en Bruselas y otra en Madrid. Pero esta es muy buena. Sin embargo, yo me refería antes a agua corriente dentro de un baño moderno.

—Pero ¿para qué bañarse si puede sentarse aquí y disfrutar del paisaje?

Era inútil insistir. Así que le firmé un cheque, tomé su contrato de compraventa y me convertí en el propietario de una montaña coronada por una casa de piedra que parecía estar medio en ruinas. Pero él no sabía, ni tampoco yo se lo dije, que consideraba que la fuente por sí sola ya valía lo que le había pagado. De hecho había venido a Italia para comprar esa fuente; comprarla y llevármela a América conmigo. Lo sabía absolutamente todo acerca de esa curiosa figura de mármol. George Seabrook me había escrito hablándome de ella. Sólo una carta y luego desapareció Dios sabe dónde. George era así, nunca paraba quieto. Ahora yo era el propietario de la fuente y ya estaba planeando dónde iba a colocarla en mi casa de Nueva York. Desde luego no en el jardín de rosas.

Me senté en un banco de mármol y miré hacia el valle. El vendedor tenía razón. Era un paisaje delicado y acogedor. Las montañas circundantes eran lo suficientemente altas para proyectar una sombra constante sobre parte del valle, excepto a mediodía. No se detectaba rastro de vida, pero estaba seguro de que los campos de viñas hervían de vida y cobijaban a los campesinos y sus familias.

Desperezándome, eché un vistazo al coche y luego entré en la casa. En la cocina se hallaban sentados dos campesinos, un anciano y una anciana.



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